Capítulo 36. La llegada del bebé.


Pasé lo largo del día marcando algo de sangre por lo que mi familia estaba preocupada y al más mínimo síntoma de cualquier cosa lo comentábamos a las enfermeras y me subían a la zona de exploración y paritorios para verificar si me encontraba en proceso de parto.

Todas las veces que me subían a esa planta me comentaban lo mismo: todavía estaba muy verde para dar a luz.

Durante la tarde empecé a tener dolores leves en los ovarios y más tarde pasaron a los riñones, por lo que mi marido iba controlando cada cuanto tiempo tenía los dolores. De manera que cuando creímos conveniente avisamos de nuevo a las enfermeras y me subieron de nuevo a revisarme.
De nuevo  volvieron a comentarme tras la exploración que estaba verde y que según ellos esa noche no iba a nacer mi bebé.
Decían que estaba muy nerviosa y como había tenido problemas de ansiedad durante el embarazo, habían decidió inyectarme un relajante para que durmiera y al día siguiente estuviera mas descansada para el parto.

La decisión de los médicos no era la misma que la del plano espiritual, ya los espíritus si que sabían que aquella noche sí que nacería el bebé.

El relajante hizo que me durmiera, de tal manera que mi cuerpo se relajo tanto que ya comenzó el resto del proceso de parto.
Entré en el proceso de dilatación y entre contracción y contracción, el relajante inyectado hacía que me durmiera.
En poco tiempo ya hube dilatado los cuatro centímetros necesarios para que los médicos comenzarán a controlar al bebé y preparar todo para el nacimiento.
Fue a partir de aquel instante cuando el plano material y espiritual se unió para trabajar juntos.

La matrona me preparó poniéndome el gotero. Me inyectaron anestesia epidural. Me rompieron las aguas y me estuvieron guiando en todo momento indicando lo que debía realizar.
Cuando venía algún dolor debía empujar y cuando fue el momento indicado me llevaron al paritorio.

Allí todo fue un poco más complicado. Por mucho que empujaba, el bebé no salía. Tuvieron que llamar a dos médicos más los cuales por medio de una ventosa me ayudaron a  extraer al bebé.
La sensación de expulsión fue algo indescriptible y la ilusión de que mi bebé ya había  venido a este mundo también. Pero aun con esa gran ilusión de querer verle, el sufrimiento todavía no había finalizado.
La placenta no salía, estaba apegada al útero y tuvieron que dormirme para poder extraerla entera.

Pese a todas las complicaciones, la experiencia de dar a luz fue un gran evento en mi vida y he de dar gracias al mundo espiritual por haberme ayudado en aquellos momentos aunque yo no fuera consciente de ello.

Todo sucedió como debía suceder e incluso el fallo de los médicos al inyectarme un tranquilizante para dormir. Ya que el espíritu de mi bebé no decidió venir al mundo hasta que mi cuerpo estuviera preparado y yo tranquila.

He de dar gracias a Dios por esta gran experiencia de ser madre y por la fuerza que me dio para poder pasar todas las dificultades ya que no hay que olvidar que todas las pruebas por las que pasamos son la causa/efecto de actitudes, comportamientos, experiencias erróneas de vidas pasadas o presentes que repercuten en nosotros.

Tal vez en otra vida hice algo malo que ha repercutido en que mi embarazo y parto tuvieran que desenvolverse así.
Comprendiendo todo esto avanzamos en las pruebas del día a día y evolucionamos para estar lo antes posible más cerca de Dios.

Con respecto al bebé, finalizaré diciendo que él es una de las cosas más maravillosas de mi vida y recomendaría esta gran experiencia a todas las mujeres del mundo.



“El amor de una madre por su hijo  es el regalo más grande que ha dado Dios a las mujeres para que puedan experimentarlo...”